Lejano señor, hoy
entendí el porqué de tu fracaso; eras un pequeño y humilde duendecillo que
jamás quiso maldad, pero en estas tierras ya muy extrañas sólo abundan tristeza
y venganza.
Muy profundo el
silencio quiso de nuevo despertar, y así fue tan sólo el momento en que todos
miramos a otro lugar, en que el desván era la nevera y todos piensan: qué
demonios habrá allá. Pero sin darme cuenta alguna he llegado hasta aquí,
pasando por grandes metas con intención de recuperar mi libertad, así que ni
las ganas ni el mudo silencio de los demás me harán ya fracasar. No cesaré ni
pensaré en los demás sin obtener algo a cambio. Ya no puedo ofrecer porque no
me queda nada, tan sólo un viejo colgante rallado por los cientos de años que
han pasado y que se esconden bajo mi piel que no pienso regalar, he llegado
hasta aquí, pasando por miles de muertes... y ya ni la muerte desea mi alma.