Arriba... dentro... nos
fundimos como aguas de acero, nuestros cuerpos se deshacen, se desvanecen entre
calamidades y virtudes, entre cosechas y desgracias, nuestro espíritu se evade en
una sola forma, y por ahora no quiere regresar... nuestras almas parten a un
lugar perfecto, donde los fallos son manzanas, donde ni siquiera el aire nos
asedia ni despeina nuestra cabellera de terciopelo, en aquel lugar donde no existen
sueños, donde todo aquello que deseas se puede tocar, y se concentra en una
idea sólida... bajo un cielo tan sensible y frágil... nuestro pequeño edén,
nuestro paraíso, donde del pasto se hacen rosas, donde los insectos son
estrellas que brillan a contra luz y donde esos besos son mariposas eternas...
Las sabanas se pegan
a nuestros cuerpos una vez más, sin querer descansar del auxilio que les
protege, nuestras almas traspasadas se acomodan aquí, en el cielo infinito... las
tristezas desaparecen, abandonan el camino cuando comenzamos a andar sobre piedras
temblorosas, aquellas que se interponen entre nuestros sueños invisibles...
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