Y me pregunto qué queda de las notas de persuasión a las que
me sometía diariamente, después de que el sol se escondiera y diera paso a la
turbulenta noche. Y si queda algo. Y si queda, por qué ya no me persuado. Y si
lo hago, por qué ya no se nota. Por qué me rindo. Por qué sólo quedan mis
palabras y las tuyas en una guerra que avecina infinita. Por qué siento este estrés
que me oprime el pecho y a qué es debido.
Qué es lo que debo hacer, cómo voy a presentar mi vida, mi
futuro. Cuál será el tuyo.
Es un suspiro. El suspiro de un pasado que parece muy lejano.
El suspiro de un futuro que no perturbará el universo. Un suspiro que tiende a
cero, un suspiro que tiende a infinito. El suspiro que te hizo cambiar de
opinión, porque sólo fue eso, un suspiro. Pero qué demonios es para ti ese
suspiro… no es nada. Como a nadie, como a todos, menos para mí. Para mí ese
suspiro lo es todo, no solamente un suspiro. Ese suspiro equivale para mí a una
vida contigo o sin ti, a un mar de preguntas sin respuesta, a un mundo de
emociones que no comprendo, a un universo de contradicciones y ese maldito
sentimiento que me une a ti de forma ilógica.
Pero a estas alturas qué importan los ochos tumbados del
pasado, qué importan las siluetas que un día quisimos forjar, qué importa.